
Tarde lluviosa y otoñal...Vuelta a lo cotidiano: trabajo, ocupaciones, ir rebuscando entre la ropa veraniega lo que puede ponerse con una chaqueta y unas botas sin que quede demasiado rarito (me resisto a sacar la ropa de abrigo!).
He estado liada estos días y hace un rato me puse a ordenar las fotos de mis últimas salidas (ya sabes, al mar, siempre al mar) que irán configurando esta serie de "añoranzas" que inicio hoy.
A finales de agosto volví a disfrutar de la costa asturiana. Este verano ha sido un ir y venir de Salamanca a Asturias -ya te conté sobre Luarca y Cadavéu en las entradas de julio- y a Galicia... ¡cómo me gusta la costa atlántica!
Esta vez mis andanzas han sido por el oriente astur, entre Ribadesella y Llanes.
La villa de Ribadesella se asienta en la margen oriental de la impresionante desembocadura del rio Sella.

El poblamiento humano del enclave se remonta al paleolítico y quedó constancia de ello en las galerías de la cueva de Tito Bustillo: utensilios, pinturas y grabados impresionantes que representan caballos, ciervos, renos, bisontes, vulvas fameninas.... Volver a visitar esta cueva ha sido uno de los motivos que me llevaron de nuevo a Ribadesella.
Tradicionalmente la economía de la villa se basó en los astilleros abastecidos por la madera que era transportada por el río, en el comercio de la sal y en la pesca -de los magníficos salmones del Sella, por un lado, y de las ballenas que invernaban en esta costa por otro-. Actualmente la actividad económica se centra en el turismo y el comercio.