Dos imágenes, dos conceptos ecológicamente enfrentados.
No voy a entrar en este post en cuestiones de rentabilidad económica o de intereses políticos, no es mi intención. Quiero centrarme en el aspecto ecológico, en el impacto ambiental que provocan los trasvases.
La carga poblacional de ciertas zonas, sus características climáticas, los usos económicos (agrícolas, industriales, turísticos), implican una demanda de agua superior a la que se dispone. Uno de los medios por los que se pretende dar solución a este problema son los trasvases desde otras cuencas.
Cuando se habla de trasvasar agua de una cuenca “excedentaria” a otra “deficitaria” estamos utilizando términos mercantilistas que no creo que puedan ser aplicables en este caso. Las cuencas fluviales son como son por razones puramente naturales: los aportes en su nacimiento y recorrido (vinculados al clima que le afecta -régimen pluvial, temperaturas medias). Hablar de “excedentes” y “déficits” en la naturaleza no tiene sentido pues se impone la pura dinámica natural que está al margen de nuestra visión humanizada y utilitaria de las cosas.
Las obras que implica un trasvase tienen un fuerte impacto ambiental: suponen embalsar grandes cantidades de agua de la cuenca donante, con inundación de valles, desaparición de poblaciones, alteración del cauce natural y del ecosistema del río -especies animales, vegetación de riberas- cambios en la sedimentación y en la desembocadura. La construcción de canales a lo largo de todo el recorrido aisla y fragmenta, como barreras, los ecosistemas.
El aporte de agua a la cuenca donante no está garantizada, largas sequías pueden hacer que escasee incluso para las necesidades de las poblaciones y los ecosistemas asentados en ella.
Por otro lado, la cuenca receptora recibe un agua químicamente distinta de la suya propia (los materiales sobre los que transcurre el río marcan las características de sus aguas, y sus materiales de sedimentación), y también especies invasoras. Los efectos en las desembocaduras de los dos ríos serán importantes: distintas sedimentaciones, influencia sobre la salinidad y las condiciones de las aguas del mar más próximas.
En España la diferencia de caudales entre cuencas ha llevado a plantear los travases de unas a otras (ya realidad en el caso del Tajo/Segura y como proyecto polémico el del Ebro). El agradable clima mediterráneo ha supuesto un gran desarrollo agrícola, turístico y empresarial y un poblamiento masivo con una gran demanda de agua.
Muchas personas del interior del país (de zonas que ahora son o serán donantes de agua) han tenido que emigrar a la costa mediterránea en busca de trabajo, dando lugar al despoblamiento por falta de perspectivas económicas. Se ha producido un desequilibrio social que se verá aumentado al ceder un recurso que limitará aún más el futuro de esas zonas.
Por otro lado la nueva disponibilidad de agua potencia un modelo aún más “desarrollista” en las zonas receptoras, no basado en un consumo sostenible y responsable: sobreexplotación de la agricultura de regadío, mayor potenciación del turismo: urbanización incontrolada, campos de golf, piscinas, parques acuáticos.
No creo tampoco en el debate trasvases vs. desalinizadoras. Las plantas desalinizadoras también suponen un importante impacto: emisión de CO2 (aumento del efecto invernadero), grandes cantidades de sal que se emiten al mar concentradas en zonas muy concretas).
Creo que la solución ecológicamente viable vendría por un reparto más racional de la población y de las explotaciones, por la utilización de los recursos en la propia zona (descentralización de las actividades económicas), por la reutilización del agua, por potenciar su uso público sobre el privado y adecuarlo a las existencias reales del recurso. Es necesaria una planificación hidrográfica desde la idea de lo sostenible, del equilibrio ecológico, de la justicia económica y social.
No voy a entrar en este post en cuestiones de rentabilidad económica o de intereses políticos, no es mi intención. Quiero centrarme en el aspecto ecológico, en el impacto ambiental que provocan los trasvases.
La carga poblacional de ciertas zonas, sus características climáticas, los usos económicos (agrícolas, industriales, turísticos), implican una demanda de agua superior a la que se dispone. Uno de los medios por los que se pretende dar solución a este problema son los trasvases desde otras cuencas.
Cuando se habla de trasvasar agua de una cuenca “excedentaria” a otra “deficitaria” estamos utilizando términos mercantilistas que no creo que puedan ser aplicables en este caso. Las cuencas fluviales son como son por razones puramente naturales: los aportes en su nacimiento y recorrido (vinculados al clima que le afecta -régimen pluvial, temperaturas medias). Hablar de “excedentes” y “déficits” en la naturaleza no tiene sentido pues se impone la pura dinámica natural que está al margen de nuestra visión humanizada y utilitaria de las cosas.
Las obras que implica un trasvase tienen un fuerte impacto ambiental: suponen embalsar grandes cantidades de agua de la cuenca donante, con inundación de valles, desaparición de poblaciones, alteración del cauce natural y del ecosistema del río -especies animales, vegetación de riberas- cambios en la sedimentación y en la desembocadura. La construcción de canales a lo largo de todo el recorrido aisla y fragmenta, como barreras, los ecosistemas.
El aporte de agua a la cuenca donante no está garantizada, largas sequías pueden hacer que escasee incluso para las necesidades de las poblaciones y los ecosistemas asentados en ella.
Por otro lado, la cuenca receptora recibe un agua químicamente distinta de la suya propia (los materiales sobre los que transcurre el río marcan las características de sus aguas, y sus materiales de sedimentación), y también especies invasoras. Los efectos en las desembocaduras de los dos ríos serán importantes: distintas sedimentaciones, influencia sobre la salinidad y las condiciones de las aguas del mar más próximas.
En España la diferencia de caudales entre cuencas ha llevado a plantear los travases de unas a otras (ya realidad en el caso del Tajo/Segura y como proyecto polémico el del Ebro). El agradable clima mediterráneo ha supuesto un gran desarrollo agrícola, turístico y empresarial y un poblamiento masivo con una gran demanda de agua.
Muchas personas del interior del país (de zonas que ahora son o serán donantes de agua) han tenido que emigrar a la costa mediterránea en busca de trabajo, dando lugar al despoblamiento por falta de perspectivas económicas. Se ha producido un desequilibrio social que se verá aumentado al ceder un recurso que limitará aún más el futuro de esas zonas.
Por otro lado la nueva disponibilidad de agua potencia un modelo aún más “desarrollista” en las zonas receptoras, no basado en un consumo sostenible y responsable: sobreexplotación de la agricultura de regadío, mayor potenciación del turismo: urbanización incontrolada, campos de golf, piscinas, parques acuáticos.
No creo tampoco en el debate trasvases vs. desalinizadoras. Las plantas desalinizadoras también suponen un importante impacto: emisión de CO2 (aumento del efecto invernadero), grandes cantidades de sal que se emiten al mar concentradas en zonas muy concretas).
Creo que la solución ecológicamente viable vendría por un reparto más racional de la población y de las explotaciones, por la utilización de los recursos en la propia zona (descentralización de las actividades económicas), por la reutilización del agua, por potenciar su uso público sobre el privado y adecuarlo a las existencias reales del recurso. Es necesaria una planificación hidrográfica desde la idea de lo sostenible, del equilibrio ecológico, de la justicia económica y social.
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